DESDE LA INVISIBILIDAD

por Mario Fonseca

Los modos de ver en el arte aluden habitualmente a la tangibilidad, a la percepción sensorial, a la física clásica. El temor hacia lo intangible se asemeja al del hombre occidental, quien recela de lo inmaterial, salvo cuando puede circunscribirlo a la religión. Las dudas que plantea la física cuántica, el principio de incertidumbre de Heisenberg, son especulaciones aceptadas antes por cultura que por convencimiento. En el campo del color –el del espectro de la luz, tan atingente al ejercicio de las artes visuales–, la práctica apenas excede el centro de la luz blanca en su resquemor hacia los insondables territorios que siguen camino al infrarrojo o al ultravioleta. Los operadores de los nuevos medios tampoco van mucho más allá, en su basta competencia por el mejor efecto tecnológico que disimula su incapacidad de generar algún contenido que haga uso de estos en lugar de servirle al muestrario. La porfía conceptual, en fin, instalada en la crítica y el mercado, es la herramienta funcional de este pánico inveterado a la emoción, el que controla el arte pagando business class a los artistas que saben mantenerla a raya.

Cuando María José Rojas menciona la espiritualidad y la visión interna como dos vectores de su trabajo, sobreviene una epifanía: Impression, soleil levant. Mas cuando incluye la palabra «invisibilidad» en la tríada que resume sus propósitos, podemos entender que esta artista ha trascendido la impresión y que prescinde de la percepción, franqueando así aquel umbral temido por tantos autores contemporáneos: el de la intangibilidad. No obstante, como autora de piezas visuales, nos invita en sus trabajos a emular nuestras propias visiones internas y nuestra espiritualidad por la vía de elementos –imágenes– que solo podemos aprehender y eventualmente comprender con los ojos cerrados. Ver lo que pasa cuando no vemos; lo que ocurre efectivamente cuando prescindimos de la funcionalidad de los sentidos para ocuparlos desde sus atributos inmanentes, y cuyas formas perfila solamente la emoción. Allí nada es lineal, para empezar, pues la linealidad solo pondría en evidencia la confusión que la propone; allí todo permanece en albures armónicos. Sus videos se asemejan a los sueños, donde la interpretación freudiana no es sino un tamiz que intenta interponerse entre algo mucho más simple aunque insondable: las graciosas evidencias de las otras vidas que llevamos, en sucesión o en paralelo y las cuales, siguiendo a Heisenberg, apenas podemos presuponer, puesto que cualquier medio que empleemos para intentar comprobarlas –desde la ciencia o desde la fe, desde la razón o desde la emoción– alterará irremediablemente dicha comprobación.

Con sus evocativos arrebatos visuales, con la sucesión de planos por igual precisos e imprecisos que desglosa siguiendo pautas azarosas, con la inteligibilidad apenas sí metafórica de las escenas que supuestamente ocurren delante de nosotros, María José Rojas nos permite percibir lo invisible. A través de una serie de videos y una instalación, la artista invoca la percepción intangible de un ciego, que si bien entiende por lo que escucha, lo que huele o lo que prueba, por lo que toca o lo que lo golpea, finalmente solo siente a través de las imágenes que imagina a partir de estos estímulos. Visto así, y en tanto aprendamos a prescindir de las entelequias del espejo, será esta suerte de invisibilidad la que nos permita percibir la emoción en el arte –esa misma que intenta vedarnos el majadero discurso de la razón.

Mario Fonseca

Santiago de Chile, junio 2014.